martes, 26 de febrero de 2013



Rompí en llanto inconsolable, no me acuerdo, no sé cómo me perdí, aunque esta esquina la conozco,  mis manos mugrientas desparramaban como ungüento mis lágrimas…  
El tufo a orina y transpiración me indicaba, que el abandono ya era crónico…

Cabezadeapio 2013

viernes, 8 de febrero de 2013

Sol...


Sol, sus crines eran largas y rubias, de un dorado envidiado por muchas mujeres del barrio, un color parecido tenía en Pipi, pero con rulos.
El Pipi vivía a la vuelta, teníamos la misma edad y si te tocaba con el pan y queso  seguro que ganabas, con la pelota era el mejor. La casa estaba sobre Acevedo, pegada a la carnicería de Don Lito, la mamá estaba internada en un loquero y el viejo hacía dos años que se había ido a comprar cigarrillos, lo cuidaba la tía, un monumento a la bondad.
Sol era el caballo de Juan, el sodero.
Venia los miércoles, después de tantos años aún me acuerdo, miércoles, una manzana de la frutera todas las semanas tenía dueño y los martes  la custodiaba al almuerzo y a la cena para que sea intocable.
Sol dejaba ver como Juan lo mimaba, siempre radiante y prolijo, las anteojeras de cuero marrón con ribetes y tachas doradas brillaban por la cera y el lustre. Del cuello colgaban tres cascabeles de bronce, grandes  como nueces, que se hacían oír a una cuadra de distancia.
El carro, un rectángulo de madera con perfiles de hierro y cuatro gomas de auto, lo cubría un techo de lona celeste y los costados de libre acceso, no tenía mucha altura, unos seis cajones uno arriba del otro, en total llevaría unos cincuenta. Juan iba sentado en un almohadón, forrado de cuero de oveja blanco muy mullido, con capacidad para un acompañante,  muy pocas veces usaba las riendas, Sol conocía todo su recorrido, las órdenes eran monosílabas muy graciosas.
Como olvidar cuando escuchaba los cascabeles acercarse, manoteaba la manzana de pasada en una loca carrera para estar en la vereda a la llegada del sodero.
Todo era un ritual, Juan bajaba me palmeaba el hombro, y en ese momento le pedía permiso para darle la manzana, Sol festejaba golpeando su pata derecha en la tierra esperando el premio. Nunca me dieron miedo sus grandes dientes, su delicadeza para sacarme la manzana parecía una caricia.
Juan, nos observaba mientras bajaba dos cajones, entraba a casa y a la altura del jardín, con voz fuerte decía “buen día vecina, cuantos hay” y la respuesta de mi mamá era siempre la misma, “no sé”. Juan pasaba al fondo y debajo de la escalera estaban los cajones, cambiaba los vacios por llenos, mi vieja salía al patio y le pagaba.
Yo en la puerta, admirando a Sol y esperando mi recompensa, el paseíto hasta su próximo cliente, la casa del Pipi, Juan me daba las riendas y yo lagrimeaba de emoción, me sentía el dueño del mundo.
Volvía a casa saltando, corriendo, tan feliz…tan feliz… tan feliz…

Cabeza de Apio.  Febrero 2013.